lunes, 30 de marzo de 2015

El Escudo del Espartano Parte 3 - La Cripta de los Caídos por Hammer Pain




No podía saber los minutos o las horas que llevaba corriendo. El tiempo se había esfumado, había sido engullido por la esfera de oscuridad y lluvia que lo rodeaba sin darle tregua. ¿Qué era lo que los dioses tramaban? Seguía atravesando con su lanza todas las sombras y las formas irreales que salían a su paso pero aquello no parecía tener fin. Cada vez estaba más convencido de que no había forma de salir victorioso de aquella pesadilla.
La desesperación intentaba abrirse paso para conquistar el baluarte donde su voluntad seguía resistiendo con fiera determinación. Más de una vez se sintió tentado a detener sus piernas y sus brazos abandonándose al fatal destino que los dioses, por alguna razón desconocida, le habían preparado. Luchó contra si mismo una y otra vez, llegando hasta las fronteras mismas de su cordura, asomándose a las cornisas de la razón que conducen al abismo sin retorno de la locura.

Entonces, bien fuera por efecto de su cerebro exhausto o por la extraña realidad que lo rodeaba, Garnicles creyó divisar algo a lo lejos entre la lluvia. Y no era uno de los horrores que lo acosaban sin cesar. Parecía como un pequeño portal que rielaba en mitad de la nada, un punto levemente iluminado por una luz anaranjada que salía de su interior. El joven pensó que podría tratarse de un espejismo pero no le importó en absoluto. Aquella diminuta abertura, fuese real o no, estaba cada vez más cerca y se convirtió inmediatamente en la meta final de su frenética carrera.

Con las fuerzas renovadas y el ánimo levantado por aquella pequeña luz de esperanza, Garnicles apretó los dientes hasta casi hacerlos estallar y se obligó a aumentar el ritmo. Al límite de su capacidad física como estaba, no podría mantenerlo durante mucho tiempo. Tenía que llegar lo antes posible o sufriría un desfallecimiento que supondría el final de su vida y de todas las hazañas que estaba llamado a realizar en nombre de Esparta. Viendo lo que el muchacho se proponía, las sombras demoníacas trataron de aferrarse a él como un enjambre de abejas para intentar hacerlo caer al suelo, pero Garnicles no cejó en su empeño y las fue dejando atrás por escasa distancia. Con el último aliento saliendo de la boca, consiguió atravesar aquel umbral que significaba la salvación, o al menos eso necesitaba creer en aquel momento.

Cuando recuperó la respiración y empezó a ver de nuevo con claridad contempló tumbado en el suelo el nuevo lugar donde se encontraba. El techo y las paredes estaban hechos de piedra como en una cueva  natural pero tenían un color extraño, una mezcla de gris y dorado que brillaba con una tenue y casi mágica luminosidad. Al otro lado del portal no se veían formas ni lluvia, ni siquiera oscuridad. Garnicles no habría podido describirlo con palabras. Simplemente era una infinita vastedad donde no había nada, como si se contemplara el reflejo de una noche sin luna, estrellas ni oscuridad.

Lentamente se fue incorporando apoyándose en su lanza. Sentía hambre y frío y le dolía terriblemente todo el cuerpo. El esfuerzo sobrehumano al que había sometido a sus músculos habría podido matar a cualquier otro hombre que no tuviera en su piel las marcas de la enseñanza de la Agojé. Pero estaba contento de haber podido sobrevivir a la infernal carrera. Ahora se trataba de encontrar la salida de aquel lugar para regresar al bosque y ya había adivinado que no podría hacerlo por el mismo lugar por el que había entrado pues no había ningún camino, ni siquiera un suelo en el que pisar, y tampoco tenía la intención de volver a combatir con los horrendos enemigos sin número que casi habían conseguido acabar con él.

Sólo tenía un sendero para continuar. Unos escalones tallados en la piedra que descendían hacia las profundidades, tal vez hasta el mismísimo infierno. Con el corazón palpitando aferró la lanza y comenzó a descender por la escalera. Se había quitado las sandalias, pues su instinto le exhortaba a no hacer el más mínimo ruido en aquel desconocido corredor, y caminaba con el sigilo de un gato callejero. Poco a poco el escenario comenzó a cambiar. La piedra iba desapareciendo para dar paso a mármol pulido con la misma tonalidad dorada. Tallados en él se podían apreciar claramente multitud de símbolos esotéricos e imágenes extrañas que desconcertaron a Garnicles. El alfabeto que había aprendido y las pocas esculturas o los dibujos que había contemplado en su vida no se asemejaban en nada a aquello pero estaba seguro de que, fuera lo que fuera, se trataba de algo muy antiguo, tan antiguo como los propios dioses.

Un miedo irracional empezó a aflorar en el interior de Garnicles conforme se adentraba en lo desconocido. Ese miedo era alimentado por una suave bruma que empezaba a acompañarlo en su pavorosa travesía. Parecía nacer del mármol dorado pero no podía asegurarlo. La luz que brotaba de las paredes empezaba a ser insuficiente para ver con claridad y Garnicles tuvo que empezar a guiarse con la lanza como un ciego con su bastón. Se le empezaba a erizar el pelo de los brazos por el temor a lo que pudiera surgir en cualquier momento de la bruma y estaba intranquilo porque el pasillo era estrecho, lo cual representaría una dificultad si tenía que combatir con su lanza larga.

Pero no fue necesario luchar. El alivio se reflejó en el rostro del espartano cuando la bruma fue desapareciendo y llegó al final del túnel. Sujetó la lanza con ambas manos y avanzó con suma cautela hasta la estancia que se abría ante él. Entonces se quedó petrificado y los ojos se le abrieron de par en par. Había entrado en un amplio recinto totalmente recubierto por el mármol dorado y muy parecido al interior de un templo pero que, a la vez, se asemejaba a una gran caverna. El suelo era de color negro azabache y tenía una textura similar a la arena de playa. Unas enormes columnas surgían de él y llegaban hasta el techo a muchos pies de altura y contenían los mismos grabados que había visto en el túnel por el que había bajado. Imponentes estatuas blancas y doradas representando a héroes antiguos se alzaban sobre las lápidas de numerosas tumbas a lo largo de la caverna y en las paredes se encontraban miles de nichos rellenos de polvorientas calaveras que parecían mirarlo como fantasmas surgidos de tiempos inmemoriales.

Ahora hacía un calor sofocante. Garnicles notaba como el sudor resbalaba por su cara y creía en verdad que se encontraba deambulando por el infierno. Intentaba no hacer ruido al andar pero el silencio que reinaba en aquella cripta era tan terrible que cada pisada sonaba como si una falange entera marchara a la batalla. Recorría con sus ojos nerviosos todo el horizonte que tenía ante él, listo para moverse como un torbellino a la primera sospecha de ataque. La iluminación que irradiaba de las paredes y las columnas era suficiente para ver en un amplio radio pero apenas suponía una pequeña porción de la caverna entera. El muchacho sólo oía el ruido de su respiración mientras avanzaba entre los lechos mortuorios...

—No necesitarás tu arma en este sagrado lugar.

La voz surgió muy cerca de su posición. La reacción de Garnicles fue la de un guerrero nato que se encuentra en un momento de neurótica tensión: con una perfecta sincronía de todo su cuerpo, giró sobre sus tobillos y arrojó la lanza lejos, hacia la oscuridad.


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